APRENDIENDO A AMAR
Creemos que sabemos amar, que es algo instintivo, que viene con nosotros de nacimiento, pero erramos al pensar así. Primero porque el hombre todo lo ha de aprender, nada sabe cuando llega al mundo, cuando ingresa al lenguaje, y la que aquí escribe, tampoco presume de saber amar, sino sólo de estar en el camino, de tender a ello, que no sé si es posible lograrlo.
Hay una leyenda: la de Dafnis y Cloe, que nos habla de esta singularidad del humano. Dos jóvenes duermen noche tras noche desnudos uno junto al otro, y nada sucede entre ellos, hasta que una anciana explica al joven lo que ha de hacer con su enamorada. Recién aquella noche, después de la conversación del joven con la anciana, hacen el amor.
Todo nos llega por el lenguaje, no hay ni instinto sexual, ni instinto maternal, nada de eso existe, todo se construye, es pulsional.
Por eso tenemos que aprender a amar, porque amar al otro no es que el otro nos pertenezca, tampoco es que nosotros le pertenezcamos, amor no es imponer nuestra voluntad, someter al otro, tampoco es someternos, amor no es exigencia continua de cuidados y de atención, ni tampoco dádiva continua de cuidados y atención.
Amar es una compleja operación para el humano. Cuando es muy doloroso, no es amor. A diferencia de lo que muchos creen, no es cierto que si no te dueles, no amas de verdad, o que si no celas del otro, no amas de verdad. Los celos son los celos, y el amor es el amor, los celos no tienen que ver con el amor, sino con el deseo, son de otro nivel que el amor.
Quizás lo más importante para amar de otra manera es preguntarse cómo ama uno. Generalmente como vivimos nuestra primera historia de amor, una de las situaciones más comunes, no la única, es que solemos amar como nuestra madre, primer objeto amoroso, nos amó, o como nosotros creemos que ella nos amó. Si, cuando elegimos objeto amoroso, pareja, partenaire, buscamos hombres que nos desprecien, es que nos sentimos despreciadas por ella. Si, buscamos hombres a los que agobiar, sobreproteger, y controlar, generalmente sentimos que nos controlaba, nos agobiaba y nos sobreprotegía. A veces, identificada con la madre, me pongo en su lugar y amo al otro como ella me amaba a mí, y a veces tomo el lugar de hija/o, y pongo al otro en la posición de madre despreciativa, por ejemplo. Es decir, en la repetición de aquella primera escena de amor materno-filial, puedo ocupar la posición de madre o la de hija/o.
No todos los amores maternos de esta guisa, dejan estas huellas, sólo desde el presente podemos inferir el peso del pasado. Y además de “al estilo materno”, también se puede amar al estilo paterno, pero eso es ya otro artículo.
Alejandra Menassa de Lucia.
Cuadro: El beso, de Gustav Klimt. Copia de Alejandra Menassa de Lucia.
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