Contador

miércoles, 29 de septiembre de 2010

Diez consejos para la educación de los hijos (1)




Estos consejos, como suelo decir cuando escribo en tono de consejo, no son para aplicar, son para poder pensar la educación de otra manera que aquella a la que nos tienen acostumbrados los medios de difusión y los aparatos ideológicos del Estado, después cada uno hará a su manera. Ser padre/madre es una producción, como ser hijo/a.

- A los hijos hay que dejarlos crecer, ayudarlos y molestarlos lo menos posible. Intervenir sólo cuando sea necesario. Ponerles límites allá donde les dañaría no tenerlos. Una educación que interviene constantemente sobre los niños, no es la más aconsejable. Al niño hay que decirle que no cuando está a punto de meter la mano en el enchufe, por decirlo de alguna manera.

- Cuando se pelean dos hermanos delante de la madre, se pelean por la madre, todo se resuelve indicándoles de alguna manera, en alguna frase, que la madre es la mujer del padre, no la de cualquiera de los dos hermanos, a veces basta con decir: “mamá se va a hablar por teléfono con papá”, para que se calmen.

- La indicación de no pegar a los niños, de no ejercer violencia física sobre ellos, no es por simple bondad, cuando se pega a un niño, se lo acostumbra a que goce de ello. Si se le pega en el culo, se libidiniza esa zona, se transforma en zona erógena. Al final, para él ser pegado es ser tocado, el golpe es una caricia a alta velocidad, tiene un componente erógeno importante. Si le enseñamos ese goce, buscará ese goce siempre. Provocará constantemente con sus travesuras la escena donde la madre o el padre terminan pegándole, terminan tocándole. Es mejor no fomentar este tipo de goce perverso. Y además, el castigo físico jamás consigue el objetivo que persigue: disuadir al niño de ciertos comportamientos.

- Los castigos, tanto físicos como privaciones de dinero, comida, salidas, juegos, son como un permiso para cometer el delito, por decirlo de alguna manera. El niño lo piensa así: ya me han castigado, tengo permiso para “delinquir”. En general, no son un buen método educativo.

- Es un error grave castigar a los niños interviniendo sobre sus necesidades vitales: por ejemplo, sobre la comida. Son cosas que los padres no deberían tocar. Castigar no comporta ninguna enseñanza y castigar privándole de comer, o restringiendo las comidas puede producir serias alteraciones alimentarias en el niño.

- Tendemos a toquetear a los niños, no sólo los padres, en general, casi todo el mundo lo besa, lo pellizca, lo toma en brazos, lo sube, lo baja, lo besa. El niño requiere el contacto humano, pero no hay que pasarse. Muchos de los diagnósticos de síndrome de hiperactividad inatención de los niños son por una sobreexcitación, tanta estimulación corporal lo excita, y luego está todo el día sobreexcitado, no puede parar de moverse, le es imposible concentrarse. No toqueteemos a los niños. No les exijamos caricias si ellos no quieren darlas, cuántas veces han oído decir: Paquito, dale un beso a Susana. –No quiero mamá. –Vamos dáselo, no seas malo. No insistamos, si él quiere besar a alguien, lo hará.

- Es ya antigua la discusión de si se debe mostrar el cuerpo desnudo de los padres a los niños. Si es una familia nudista, de acuerdo, es así, está dentro de una manera de pensar la vida, pero sino, el primer amor del niño son los padres, amor que está destinado a la desilusión. Los padres no pueden darle al niño el tipo de amor sexual que él solicita. El cuerpo desnudo de los padres es también una fuente de excitación enorme para el niño. Lo mismo que la madre o el padre lo sigan viendo desnudo y tocándolo para bañarlo cuando ya tiene 7 u 8 años y se puede bañar solito.

- Hablar con los niños es muy importante, pero lo más importante de todo es escucharlos. Hay que hablarles según ellos vayan demandando una conversación. Por ejemplo: darles una charla de educación sexual cuando ellos están en otra cosa, es inútil. Hay que esperar a que pregunten y entonces ser franco, utilizando los términos que él o ella han incluido en la pregunta y responderles lo más verazmente posible.

- No hay que escandalizarse por las manifestaciones de su sexualidad infantil. Muchas madres consultan aterrorizadas porque han visto a su hija besar en la boca a su compañerita de guardería a los dos años. En parte, se ha producido una alarma social cuando algunos autores han señalado erróneamente que la homosexualidad es innata, no hay nada innato en el humano, y a los dos años no se puede “salir del armario”, porque no se ha entrado aún en ningún armario. El niño necesita expresar amor y no le interesa de que sexo es aquél a quien se dirigen esas manifestaciones amorosas. Si los padres lo tomaran con naturalidad, sin escándalos, la mayoría de los niños/niñas tienden con el tiempo hacia el otro sexo.

- Es muy importante no sobrecargar a los niños con los problemas de los adultos. A veces, cuando hay graves problemas en los padres, los niños muy pequeños, entre 5 y 7 años, son “utilizados” casi de terapeutas. Se le relatan al niño los problemas que la madre tiene con su marido, con su familia, etc. Esto perturba mucho a los niños. La infancia no es una época fácil y maravillosa como parecemos querer recordar después los adultos. Cada paso es duro para el niño, hasta tener que pasar de la carnosidad del pecho de la madre, a una tetina de plástico y después a una cuchara metálica. Luego comienza a sentir su cuerpo y no sabe qué hacer con eso. La presencia de su madre le perturba, los sentimientos hostiles hacia su padre como rival por el amor de la madre, le contrarían. En fin, son muchas las circunstancias por las cuales el niño tiene que pasar y los problemas lógicos que tiene que ir resolviendo: de dónde vienen los niños, por ejemplo. Bastante complicado es todo esto para encima complicarle más con problemas del adulto.

Alejandra Menassa. Médico especialista en Medicina Interna. Psicoanalista.


Cuadro: Venus y cupido, de Corregio

sábado, 4 de septiembre de 2010

CARIÑO, NO SÉ QUÉ ME PASA CON TU MEJOR AMIGA.



Es mucho más frecuente de lo que pensamos que una relación se rompa o se complique por la intervención de un tercero que es amigo de alguno de los conyuges.

¿Por qué sucede esto tan a menudo?

Los humanos no deseamos objetos, en contra de lo que pudiera parecer, deseamos deseos. Se desea más a alguien deseante (emprendedor, apasionado en sus actividades, muy relacionado con otras personas) que a alguien deseable (es decir imaginariamente(de imagen) apetecible, con un aspecto acorde con los cánones de belleza habituales).

Y muchas veces, la mayoría, deseamos el deseo de otros. Es decir: si nuestra compañera o nuestro compañero desean a otro, nuestra mirada se dirige hacia ese objeto deseado por ellos.

Parece muy complicado. Intentamos desplegarlo. A veces hablamos de homosexualidad y heterosexualidad enfocando todo el peso en la genitalidad, en las relaciones genitales, en el acto amoroso del coito, para ser más claros. Así, vulgarmente llamamos homosexual a alguien que “se acuesta” con personas del mismo sexo, y heterosexual a alguien que “se acuesta” con personas del sexo opuesto. Pero nuestras relaciones de amistad también tienen todas un componente homosexual coartado en su fin (es decir, despojado del fin del coito), las relaciones laborales, amistosas, etc, tienen un componente sexual también, libidinal. Y así, una mujer se puede permitir, sin ser considerada homosexual decir: qué guapa esa actriz, o cómo me gusta esa mujer, que fortaleza tiene. Podemos ampliar un poco el concepto de homosexualidad y decir que todas las relaciones con el mismo sexo, haya o no implicación genital, son homosexuales en cierta manera.

El deseo se produce entre palabras, uno termina deseando aquello de lo que escucha hablar con pasión y entusiasmo, aquello por lo que se muestran deseos. Por eso es tan frecuente que él termine deseando a la mejor amiga de ella, de la que ella habla sin parar, a la que ella desea en el sentido ampliado de homosexualidad que hemos desarrollado previamente, y ella del mejor amigo de él, del que él le relata incluso detalles incluso de su vida sexual que el otro le ha contado en conversaciones entre amigos.

En realidad, si aceptáramos que en parte es nuestro deseo el que ha conducido al otro hacia la tercera persona, que algo de nuestra mirada ha señalado al otro el objeto deseado, no habría necesidad de romper la pareja, si ambos quieren seguir adelante, ni de sentirse traicionado. Al fin, el otro siguió el camino de nuestro deseo.


Cuadro: Francis Picabía. Mujeres con bulldog